diciembre 15, 2010

Fin de Semana de fiesta

Días 5 y 6
En el marco de las fiestas correspondientes al mes de diciembre en Oaxaca: Pallazos Rodantez no paró de trabajar; siguiendo por la ruta que los llevó a recorrer diferentes comunidades triquis en un espacio planeado para dos semanas, el trabajo era arduo; el deseo por llegar al mayor número de lugares en el corto tiempo que estarían ahí, los obligó a abarcar más de una comunidad por día.
En un fin de semana de semana lograron visitar seis comunidades: Río Lagarto, Río Humo, Pino Suárez, Cruz Chiquita, Paso de Águila y Llano Nopal, todos pertenecientes al municipio de Santiago Juxtlahuapan; el ambiente se encendió con la alegría de los niños.
El viernes 3 de diciembre subieron a Río Lagarto, a unos minutos de Río Venado, donde fueron recibidos por casi una treintena de chiquillos que esperaban el show; ante la ausencia de clases ese día poco a poco fueron llegando los espectadores, y se ubicaron bajo el resguardo de la sombra de un sol, que a las 10 de la mañana era muy radiante; unos minutos más tarde los Pallazos comenzaron.
Una nueva canción en el repertorio de Chicloso hizo bailar no sólo a Chío sino a los asistentes; entre un león que se hizo pasar por conejo; una cabra que creyó ser burro, y unos quince años muy prematuros, los aplausos alentados por los mayores no se hicieron esperar.
El dinámico juego de "alele quitatonga" hizo retumbar la cancha, mientras la voz se quedó entre los cerros a modo de recuerdo.
Más tarde fue el turno de Río Humo, donde un número similar al de la comunidad anterior recibió a esta Asociación; el sol hacia sudar las frentes de ambos payasos; sin embargo, aunque el sudor llegaba a sus ojos, no logró empañar su entusiasmo para sacar las risas escondidas detrás de rostros serios.
Mujeres y hombres disfrutaron igual que los niños de un espectáculo que se caracterizó por las caídas de Chío al intentar subir a su monociclo, y de Chicloso cuando decidió tomar asiento en una silla móvil tras un síntoma de cansancio; la jornada terminó con pelotas de malabares volando efusivamente por toda la cancha.
Al amanecer el día sábado se predecía largo y de viajes cansados para llegar a los destinos asignados: Cruz Chiquita y Pino Suárez; éstas ubicadas a distancias similares en kilómetros, aunque lejanas por tener que tomar caminos diferentes, obligando a dar una larga vuelta para llegar a cada una de ellas; se dirigieron primero a Cruz Chiquita.
Con dos horas de camino a través de un majestuoso paisaje arribaron acompañados de Hilario y don Genaro (papá de Rigo); con una obra de construcción al lado de la cancha, Pallazos Rodantez dispuso del escenario a lo largo, como mejor convenía al público que se resguardaba de los rayos del astro sol bajo un techo; sentados en el suelo se observaban niños, mujeres con hermosos y rojos huipiles, y en una especie de pequeño pasillo entre pared y pared, dos jovencitas que se escondían de la audacia de los payasos.
Una pequeña robó el corazón de los artistas con su sonrisa y picardía; la inocencia con que se acercaba los hizo desvariar; absortos en el juego inherente a una pelota de playa, los chiquillos no midieron la fuerza y, en una lanzada, no sólo tiraron a Chicloso, sino también hicieron volar sus lentes, que terminaron extraviando una de sus patas.
El show continuó; minutos después Chío ayudó a reparar los lentes de su compañero, y entre risas contenidas y expuestas finalizaron rodeados de niños que cantaban y jugaban; ¡whisky!, clic y la foto lista; rápidamente se subieron al taxi para comenzar un nuevo camino.
Para evitar el tedio que un largo viaje en carretera suele provocar, y con el deseo de mantener el ánimo, Iván retomó la transmisión de un programa de radio ficticio que horas atrás había comenzado; de pronto, mientras mantenía al tanto a los “radioescuchas” de lo que ocurría durante su traslado, el automóvil se detuvo y fueron invitados a bajar para ver de cerca una pequeña cascada situada a la mitad del camino.
Después de tomar fotos con todas las poses que se les ocurrieron, continuaron su camino hasta Pino Suárez; una decisión equivocada al elegir la desviación, hizo dudar al conductor sobre lo acertado del camino; una pregunta y ya estaban nuevamente orientados.
Al llegar al segundo destino del día, ambos quedaron maravillados por la belleza del lugar; como salida de un cuadro apareció una pequeña comunidad de un número limitado de habitantes, con casas sencillas salpicadas sin un orden específico; el tono verde que coloreaba el lugar y la maravillosa vista rodeada de árboles que trae consigo lo más alto de la montaña, completaban la imagen que no es posible ver todos los días.
El sol aún brillaba, pero ya no quemaba los rostros; la cancha vacía, frente a ella algunos niños, adolescentes y mujeres; colocaron sus herramientas de trabajo, solicitaron las sillas que les hacían falta para poder comenzar, y se dispusieron a dar la tercera llamada.
Bastó con el pedaleo al monociclo para provocar una sonrisa, un aplauso; pero fue el ver a Chicloso siendo cargado por Hilario lo que hizo soltar las carcajadas. No sólo las madres, también las abuelas los acompañaban en su presentación, y no dudaban en hacer notar su gozo; únicamente un asistente prefirió dar la espalda a los actores, ni siquiera la insistencia y el deseo de Chicloso por compartir un bombón con él hizo que un perrito jugara con ellos.
Entre confeti y periódico; con yoyo, pelotas y aprendices de mago, estos “clowns” demostraron que la edad no es impedimento para reír y ser felices; confirmaron que aún los más grandes pueden disfrutar de la actuación de un par de payasos, aunque a estos siempre se les relacione con los más pequeños.
Se despidieron al grito de “Gracias”; después de haber sido devorados por los moscos, y de deleitarse con un dulce de calabaza con arroz que gustosamente les ofrecieron, tomaron su lugar una vez más en el asiento trasero del automóvil; en la cajuela: dos monociclos, instrumentos para malabares, y un costal con plátanos recién cortados, regalo de los habitantes de Pino Suárez.
Era el momento de regresar a Río Venado; antes una parada en Santa Cruz Pueblo Nuevo, donde se estaba llevando a cabo un torneo de basquetbol como parte de los festejos de la población; después de disfrutar un par de encuentros, continuaron su camino hacia el albergue.
La transmisión del programa de radio dirigido por Iván concluyó y dio paso a una serie de historias de terror que pusieron al filo del asiento a los ocupantes del coche; un grito de Rocío, y el susto de todos al encontrarse con unas personas en la oscura carretera, provocó no sólo un temor momentáneo, sino un miedo que les duraría toda la noche.
Pasaban de las 8 cuando llegaron a su hogar provisional; la cena los aguardaba: un rico caldo con un gran trozo de carne de res y verduras acompañado por tortillas y un vaso de leche, los dejó satisfechos y con el deseo de dormir.
El silencio ocasionado por la ausencia de los niños, quienes habían regresado con sus familias, era ensordecedor y llenaba el espacio; el valor que los llevó a contar anécdotas durante el camino se había esfumado, en su lugar apareció el miedo, acrecentado por las vivencias personales que el profesor Sergio contó sobre su estancia en ese sitio; dormir era necesario, pero era mejor hacerlo acompañados.
Con el abandono de Hilario no les quedó más que acomodarse en el dormitorio más grande y cubrirse completamente para evitar que cualquier cosa o ente perturbara sus sueños; el río sonaba a lo lejos, y de pronto un aullido les provocó un salto, aunque no tan grande como el que más tarde un fuerte sonido parecido al de un exorcismo despertó a Rocío: era Iván que se ahogaba por una fuerte tos.
Por fin amaneció, la noche transcurrió en calma; la alegría volvía a sus rostros, especialmente porque ese día recibirían a Alhelí y Carlos para sumarse a la aventura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Día a Día