Crónica de una Charla [Comunidades Triquis]

Crónica de una Charla [Comunidades Triquis]
Por Mawii Valencia

Hay situaciones en la vida que te dejan en la incertidumbre de no saber qué hacer, ni como hacerlo; el temor es inminente, pero los buenos deseos sobrepasan toda advertencia, cualquier mal pensamiento.
El destino de pronto nos atrinchera, nos da un portazo y uno no entiende el por qué, sin embargo acepta con la cabeza gacha, resignado.

Ser protagonista reconocido de historias que se ven, que se sienten, que tendrán repercusiones, nunca ha sido mi estilo, pero el amor es superior a mi deseo de permanecer con un perfil bajo; y ahí estaba yo, cobijada por la majestuosidad de Bellas Artes, esperando a que la hora indicada llegara para reunirme con Carlos.
Había pasado casi una semana desde su regreso de Oaxaca, tiempo en el que he de confesar, tuve el alma en un hilo; hay quienes dicen que mezclar amor y trabajo es uno de los más grandes errores, pero hay circunstancias en las que si no existe amor, el trabajo se va directito al fracaso, y Pallazos Rodantez está en ese entramado.
Y de pronto apareció entre la gente, con esa sonrisa característica, tanto que a veces uno no entiende si Carlos vive poseído por Io Sylef, o si es Io tan sólo un reflejo de lo que Carlos no puede desarrollar por ser parte de este mundo que nos obliga a la seriedad.
Hubiera deseado que alguien más registrara este encuentro, que hubiera un espía que hiciera de eso que a veces yo suelo hacer, porque mantener la objetividad en una pluma durante un encuentro que me incluye como personaje principal de un diálogo, resulta en muchas ocasiones difícil, si no imposible.
Basta un abrazo para recordar por qué estás en esto, pero también para despertar la rabia hacia tus propios impedimentos por no haber sido parte de un cuento que, a decir de su mirada, es de esos que cambian la vida.
Las circunstancias así lo decidieron, y en esta ocasión no pude ejercer mi oficio de ojo vigilante, por eso la importancia de este encuentro, conocer detalles, saber lo más que se pudiera sobre este recorrido.
Si bien hay cosas que pueden no ser imposibles, hacer una crónica de lo que no has vivido, si lo es, y si no imposible, hacerlo implicaría mentir, hacer castillos de algo que es mera especulación; es trenzar los recuerdos de alguien más para hacer mi propia verdad, que terminará siendo una mentira para aquel que pueda convertirse en lector de estas aventuras.
Y parte del compromiso de esta labor, es llevar la verdad hasta sus últimas consecuencias, es por eso que en esta ocasión, no habrá crónica de la participación de estos seres en comunidades triquis; pero para que no se queden con las ganas, les ofrezco esta charla como un ligero esbozo de ese viaje, que espera repetirse las veces que la vida lo permita.
El encuentro comenzó con un ¿cómo estás?, ¿cómo te ha ido?, preguntas cotidianas entre dos amigos que hace días no se ven; al tiempo la lluvia comenzaba a hacer cosquillas con esas gotas traviesas que se escapan sorprendiendo por su presencia mientras el sol parecía ser testigo de este encuentro.
Sin embargo las nubes montoneras, le ganaron su lugar, haciendo de ese "chipi-chipi", una tormenta inminente; no había otra más que buscar refugio, así que nos encaminamos hacia un lugar que nos permitiera resguardarnos sin que la economía se viera afectada.
El camino no era largo, y permitió hacer la pregunta inherente a este encuentro: ¿Cómo les fue?. La primer respuesta tuvo como compañera una gran sonrisa: "muy bien", de pronto algo la minimizó, como si un recuerdo empañara ese gesto: "Hay una realidad evidente".
Suelo ser una persona muy realista, tanto que a veces rayo en lo pesimista, eso es uno de los costos de estar en el medio de la información, conocer realidades a veces te hace ver más lejanas las utopías; así que no podía más que reforzar su frase con un: "Justo la madrugada del día que se fueron hubo un asesinato por allá".
Respondió con sorpresa, pero su sonrisa se volvió a asomar: "Pero no se sintió, hasta ahorita que me dices me enteré", eso me dio un poco de paz, tal vez soy yo la paranoica, tal vez tantas malas noticias han necrosado mi visión, pensé.
Mientras nos sumergíamos en el mar de gente que atravesaba el Eje Central entre prisas y automóviles, me dio parte del contexto en que se dio este viaje; los dos pallazos listos y más que preparados sintieron la necesidad de invitar a alguien más a compartir esta aventura, siempre ha sido de ellos tener artistas invitados que vivan con cosas tan hermosas.
Y así le echaron una llamada a "Chío", una chica que conocieron durante su viaje a León, Guanajuato, malabarista de vocación, promotora deportiva de profesión; después de checar agenda y algo de información, aceptó gustosa he hizo el viaje correspondiente para llegar a la ciudad de México, de donde partieron hacia el destino deseado.
Mientras tanto nosotros llegábamos a otro destino, el lugar que nos daría asilo y resguardo de la lluvia durante esa tarde de miércoles: El Salón Corona, ubicado sobre la calle de Gante en el Centro Histórico de la ciudad de México; el primero, el original, se encuentra en la calle de Bolívar, sin embargo es esta segunda versión en la que permanecen grandes recuerdos.
No olvido que fue este lugar donde tuve mi primer encuentro con estas personas; una comida de amigos para platicar sobre cosas que en ese momento comenzaban a unirnos; creo que también fue ahí donde nos dieron a conocer su intención de realizar lo que posteriormente fue la "Bicirisaruta"; también festejamos alguna vez el cumpleaños de Io; incluso ahí se comenzó a hablar de una idea, antes de que ésta se concretara, antes de ser invitada a formar parte de Pallazos Rodantez.
Si esas mesas hablaran cuantas cosas no dirían, y no tendría miedo de que las dijeran, porque han sido sinceras; el alcohol nunca ha sido el responsable de las palabras, es más no siempre ha estado presente, y cuando aparece es sólo como compañero, una cerveza que dura lo que dura la plática, tanto tiempo que ve como se desvanece su espuma y su cuerpo se torna tibio.
Y así como nosotros, muchos eligen este lugar por tradición, rica comida, y buena cerveza; esta vez no fue la excepción, al parecer inmersos en nuestro mundo, olvidamos que vivimos en un país pambolero, y un juego tan importante como el México-España, no podía pasar desapercibido, así que buscamos una mesa lo más alejada de la televisión para poder platicar.
La charla comenzó con un: "Si nos vieran aquí, ¿qué pensarían?, seguro dirían que vamos en contra de lo que decimos", pensándolo hoy, más bien creo que dirían que somos totalmente congruentes, somos seres humanos de carne y hueso; respiramos, comemos, tomamos, pero somos responsables, y por encima de todo amamos y nos gusta repartir ese amor.
Carlos comenzó a relatarme todo, con estricto orden, creo que su intención era que hiciera una crónica, espero no decepcionarlo cuando lea lo que escribí; mi mente inició una especie de viaje entre palabras, construyendo este texto, ideando la manera de transmitir todo lo que estaba escuchando.
Y comencé a crear un dibujo, como aquel que hace un retrato hablado a partir de los rasgos que se le describen, nunca tan exacto como una fotografía, pero más cercano que una caricatura.
Hablar de comunidades triquis en los últimos tiempos se ha vuelto más un tema de morbo, temor y revuelo; se habla mucho de la inseguridad, de los actos violentos que han ocurrido, y se generalizan estas actitudes entre la población de aquellas comunidades; se olvida que aunque existan grupos de choque, ahí también hay gente, gente que siente, que vive y que quiere reír.
Por eso saber que Pallazos Rodantez dejó atrás todos esos tabús, es algo que inspira, y escuchar a Io manifestándose, queriendo con un grito ahogado callar todas esas habladurías, aún más.
Y así, mientras la gente gritaba por un intento de gol, la conversación pasaba de un debate entre lo bueno y lo malo, a una acalorada exposición de puntos sobre la realidad del país, para culminar con la belleza de sus habitantes.
Mis sentidos se deleitaban sólo de imaginarme ahí, entre la gente; sin conocer el paisaje, me imaginaba entre árboles disfrutando los frutos que la región brinda. Entre anécdotas Carlos me contaba como una de las personas que los acompañaba, Hilario, los consentía dándoles plátanos, naranjas y mangos con tan sólo escuchar un comentario aislado, obligándolos a cerrar la boca después de tan singular banquete.
Y escuchar las experiencias en las diferentes comunidades era, sigue siendo, mágico; me narraba como a su llegada, los chicos de la Unidad Deportiva del Movimiento de Unificación de Lucha Triqui (MULT), los chicos pertenecientes a un equipo de básquetbol que se encontraban en el albergue , los ayudaron con sus cosas, y platicaron durante largo rato con ellos, retrasando su primera participación, que iba dirigida justamente a ese público.
Conocer un poco de las personas que ahí viven y sus tradiciones, despeja toda duda, deja a un lado el amarillismo que, provocado por algunos medios de comunicación, los rodea; comienzas saboreando los quelites con frijoles y el agua de arroz del desayuno, la avena, el huevo, y terminas sintiendo el abrazo, la calidez de la gente.
Y de pronto te transportas a un lugar lleno, tal vez sean 150 personas, quizás menos, pero la calidez las hace ver más; imaginas un espectáculo de dos horas, escuchas las risas, los aplausos, ves a la gente sonreír olvidando un poco la realidad que los rodea.
Segundos después se te hiela la sangre de imaginarte pasando por una zona de emboscadas, pero respiras al saber que durante su paso se firmó una tregua, un pacto de no agresión; significa que aún en los peores momentos, el amor transforma todo, las sonrisas siguen siendo prioridad, y los niños un aliciente.
Tristeza es saber que esto dura poco, unos días, tal vez una semana, pero al menos es una pausa, un paso firme en arenas movedizas; y te cuentan que hay zonas intocables, donde los niños, adolescentes, jóvenes, pueden estar en paz, sin temor a ser agredidos, eso te hace sentir un poco de calma; y nuevamente el corazón se te estremece cuando escuchas que una mujer y un niño murieron en una emboscada, la rabia te sube al cuerpo.
Las lágrimas comienzan a escaparse después de mucho contenerlas; eso es lo que duele, saber que alguien que sólo quiere reír, jugar, vivir, muera por conflictos que no le pertenecen, me comentaba aquel que se ha convertido en hermano.
Y pesa más no saber si aquel niño que se convirtió en el cuarto protagonista del show, el que te alcanzó en la siguiente comunidad por volver a reír; si esa niña que te robó el corazón, seguirán siendo los mismos cuando regreses.
Escuchas las historias, las anécdotas; el corazón, el cerebro, los sentimientos se meten en una licuadora, de pronto, el partido terminó, un empate planeado, la gente se empieza a retirar, y la crónica de voz de uno de los protagonista de este cuento también termina.
Te quedas con miles de sentimientos encontrados, preguntas sin responder, respuestas que nadie quiere escuchar; y lo único de lo que estás seguro es de que el amor cambia todo.
Que aún hay quienes en zonas de conflicto, se preocupan por buscar una respuesta, un cambio; y agradeces al profesor Sergio Ramírez, y a toda la gente que, no sólo cuidó a los que amas, sino también cuidan y luchan día a día por quienes viven allá, buscando el mayor beneficio posible.
La lluvia se vuelve más fuerte, y es momento de partir; el metro se vuelve más lento, la ciudad más caótica, cuando esto ocurre.
Mientras nos alejamos de nuestro refugio para volver a la cotidianeidad, la plática regresa a lo habitual, pero una promesa se queda en un pacto que no se firma por ser de corazón: regresar, dejar atrás las estigmatizaciones y seguir compartiendo amor, alegrías, risas; descontextualizarnos, como hasta ahora lo hemos hecho y enfocarnos en la gente y su alegría, buscarla en el lugar más profundo de su alma y ser parte de ellos una vez más.
Y mientras regreso a casa, entre gente cansada y vagoneros promotores de productos novedosos, un sentimiento tan fuerte como un tsunami en una isla me invade, confirmando el deseo de seguir adelante en lo que he nombrado mi más bella locura.
Porque de todas las cosas que he hecho para desafiar los esquemas que de niña me establecieron, ésta es a la que más me aferro, porque reafirma mi amor hacia el mundo, los seres humanos, y mi compromiso por mostrar, hacer notar que aún existen cosas que vale la pena destacar en este mi país: MÉXICO.



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