Humedad y Sonrisas en Jilotepec [día 2]

SEGUNDO DÍA
Por Mawii Valencia
Pero en ocasiones ni por más fuerzas que se le impriman a un deseo, este se vuelve realidad.
El reloj marcaba las nueve de la mañana, pero el sol no se alcanzaba a vislumbrar, en el cielo sólo se podía apreciar un cúmulo de nubes grisáceas; un nuevo día los había alcanzado en una casa alejada del caos que genera una ciudad.
Abrir los ojos y observar un majestuoso tono verde alrededor, hacía que el esbozo de una nueva jornada fuera tomando sentido, en un lienzo tan blanco que en ocasiones evita validar la realidad.
Entraron a la casa después de una fría noche; el lugar ya se había impregnado de aquel olor característico a la tradición de un desayuno familiar, en la televisión se veía el programa matutino de los sábados, en la mesa diferentes platillos para compartir.
Muy lejos de la fría organización de un desayuno comercial, se podía sentir el sabor del huevo con jamón acompañado de frijoles, con sólo olerlo; la sensación incomparable de una tortilla recién salida del comal; la dulcura del atole de arroz, así se logró despertar no sólo el apetito, sino las ganas de comenzar.
Agradeciendo el desayuno, se despidieron para dirigirse a la primera función del día; programados a las 11:00, los esperaban en San Vicente. El camino no era largo, pero la lluvia comenzaba a hacer estragos; el temor de no lograr juntar tantos niños como se deseaba era inminente, porque trasladarse a pie bajo la lluvia resulta inconveniente para cualquiera, aún más para un pequeño.
Un camino enlodado y el olor a gasolina inherente a una sobrecarga al dotar de combustible al bautizado como "Vochoman", fueron el presagio de lo que se avecinaba.
Y llegaron a la casa donde realizarían su labor, ahí unas vacas bien resguardadas de la lluvia, y unos perros en busca de refugio, los recibieron; el primer lugar que visitaron fue la cocina, donde habitantes de la casa los recibieron con alegría, el escenario era aquel que por tradicional, ya no se ve en la decoración actual: dos molinos, estufa de leña, leche cuajada esperando a ser queso, una mujer haciendo tortillas, pero especialmente destacaba la familia conviviendo en la misma habitación.
Con sonrisas fueron recibidos, y llevados a una especie de gran sala, vestida únicamente con dos mesas y un sillón; se sentaron en espera de que se pudiera comenzar la función, pero antes de eso, algo les llegó por sorpresa: el segundo desayuno del día.
Es bien conocida por muchos, la gran hospitalidad de los mexicanos, los Pallazos Rodantez no son la excepción, así que habían guardado un hueco para hacer honores a un muy bien servido caldo de pollo fresco, las siempre codiciadas tortillas azules, sopes, y café.
El frío se hacía presenten en la habitación, y nada como el sabor de hogar para superarlo, así que pasado el almuerzo, se dispusieron a comenzar.
Se confirmó su temor, los asistentes eran pocos, los más cercanos al lugar, sin embargo no bastó para mermar el ánimo y con las ganas de siempre comenzaron; nuevamente las caras de alegría se hicieron presentes, pero entre ellas destacó la de un niño travieso que se encargó de poner en jaque a los payasos, hacerlos correr, incluso hizo aparecer un toro que nadie planeaba ver.
La función transcurrió en el pequeño lugar, pero al llegar el final, los pequeños no querían dejar ir la ilusión que estos personajes provocaron, pero era inminente que tenían que partir, así que se dirigieron al automóvil, no sin antes agradecer todas las atenciones, y tomaron el camino de regreso a casa de doña Martha, un breve receso antes de la función de las 15:00 horas.
La carretera se veía cada vez más mojada, y como temían, la lluvia comenzaba a despintar el ánimo, el deseo de poderes para controlar el tiempo climático, nunca se hizo tan presente.
Después de una breve parada, y tras asaltar al árbol de peras de la familia anfitriona, se subieron nuevamente a su transporte, decepcionados, porque ni un cuchillo enterrado en la tierra logró parar la lluvia.
Y lo que al principio parecía ser sólo un mal sueño, se convirtió en pesadilla volcada a realidad, llegando a Calpulalpan, ni un solo niño, el agua y el frío los encerró en sus hogares; en cuestión de segundos el ánimo totalmente decayó.
Esperaron hasta las 15:30, y tras aceptar la innegable verdad, fueron a despedirse al comedor de una de las personas que apoyaron su presencia en la localidad; ahí les ofrecieron alimento para levantar el ánimo caído, pero ni unas ricas chuletitas con verdolagas en salsa verde, acompañadas de frijoles y tortillas, lograron quitar el amargo sabor de no poder robar ni una sola sonrisa.
¿Qué hacemos ahora? fue la pregunta generalizada, no había otra respuesta más que adelantarse a El Saltillito, donde se les había programado para las 17:30, en el marco de la fiesta del pueblo.
Y lograron llegar, pero una hora antes, así que la organizadora los recibió en su casa, donde los niños de la familia, les platicaban que iban a llegar unos payasos a hacer función en el centro, sin saber que eran los mismos con los que estaban platicando.
Les ofrecieron un mango para endulzar la tarde, pero para ese momento prefirieron el sillón para sumir la tristeza, ahí esperaron que transcurriera el tiempo, para ver si esta vez tendrían mejor suerte.
Y la espera se fue como agua, y como pudieron se acomodaron payasos, niños y organizadores en el "Vochoman", para ser guiados hacia el centro, donde un toldo los esperaba a las afuera de la iglesia.
En el camino se veían los rastros de lo que planeaba ser el escenario para dos días de festejo; locales de venta de comida, el tradicional "pan de pueblo", maquinitas, indicios de juegos mecánicos esperando ser montados, un escenario a medio montar, y una banda en pleno ensayo, adornaban el camino y enmarcaban la siguiente presentación de nuestros protagonistas.
Y entre mete y saque del coche en busca del lugar correcto para estacionarlo, la gente se iba reuniendo bajo el templete; mientras Carlos e Iván se dejaban poseer por Io y Chicloso, se conglomeró un grupo razonable de personas, entre los que estaban bajo la protección del techo improvisado, y los que veían a lo lejos, se podían contar un aproximado de 65 espectadores.
Con eso basta para elevar el ánimo, por más decaído que esté, a los niveles más altos, eso era más que evidente en el rostro de Io, quien automáticamente cambió la mirada decepcionada que lo había acompañado las últimas horas, a una llena de alegría; Chicloso no se quedó atrás y esbozó una enorme sonrisa.
Bastó verlos entrar a escena para llamar la atención de los que montaban una tarima a unos metros de donde se presentaron los Pallazos Rodantez; los padres señalaban a sus hijos para que voltearan la vista hacia las naves improvisadas con cajas de cartón, y así la magia comenzó.
Ni la falta de sillas, ni el piso mojado, impidió que quienes curiosamente se acercaban, permanecieran ahí, ya fuera sentados sobre una estructura metálica, o simplemente en pie.
Se podía sentir el calor humano, aquella energía generada por la risa, por las carcajadas que emanan luz con tan sólo escucharlas; y todo se olvidó, la decepción de una función cancelada pasó a ser una experiencia más, una prueba para entender que siempre habrá obstáculos que superar y que mejor que con optimismo.
Entre juegos y bailes, los payasos desquitaron la alegría que tenían acumulada; amenizando al fondo, la banda que musicalizaría la fiesta, lo que pudo ser ruido, se convirtió en parte del show.
Tras lidiar una batalla con un yo-yo chino, el saldo fue un Chicloso agüitado, con todo la función continuó como lo hacen los grandes, porque ver esas caras de felicidad, ese asombro por lo desconocido y nunca esperado, no tienen precio y merecen cualquier esfuerzo.
Y como todo principio tiene como única certeza un final, todos dijeron adiós, aún los que se resistían; aquellos seres de nariz roja volvieron al auto con una sonrisa y gran satisfacción, y así se dirigieron nuevamente a la casa que había recogido su tristeza, para esta vez llenarla de alegría.
Al llegar los esperaba un buen plato de chicharrón con frijoles y ricas tortillas de maíz, de esas que destacan por ser hechas a mano; ni el picante del guisado pudo opacar las ganas de seguir adelante.
Y sin darse cuenta la luz del día comenzó a desvanecerse mientras se sumergían en la carretera de regreso a su morada; los atrapó la noche después de haber ido a avisar a una señora sobre la presentación del día siguiente, y entre un faro poco luminoso y otro fugitivo, lograron llegar al lado de sus anfitriones.
Tras la oferta rechazada de una cena, rechazo obligado por tan ricos y abundantes alimentos que durante el día les brindaron, continuaron la plática entre atole y cacahuates; en la televisión cantaba Jenni Rivera, y en el cuarto padre e hija realizaban presupuestos, el tiempo, la charla, los juegos transcurrieron tan rápido que llegó la hora de retirarse a descansar después de un ajetreado e insólito día.
Un día más estaba por llegar, de nuevo se sembró en el patio de la casa la esperanza de que el cielo se despejara y permitiera terminar sin mayores contratiempos el fin de semana.

Día a Día