Humedad y Sonrisas en Jilotepec [día 3]

TERCER DÍA
Por Mawii Valencia

Y todo parecía indicar que finalmente después de dos días lluviosos, el sol saldría; más la lección más importante es nunca confiarse del clima sobre todo en los últimos años.
Dieron las 9:30 del domingo, un toc toc en la puerta los despertó, era hora de levantarse, pero una confusión en la agenda mental de Chicloso lo hizo enredar tiempos y dejarse llevar por el aletargamiento.
En la casa ya todo estaba listo, todos levantados y arreglados para asistir a la función; en esta ocasión doña Martha, Chucho y Carmen los acompañarían, el gran ausente sería don Felipe, a quien un partido de fútbol le reclamaba asistencia.
Cuando las cosas se dan con amor uno no para de recibir sorpresas, nuevamente una mesa llena les pedía un lugar en el estómago que llenar; no hay como un arroz casero, alejado del sabor con conservadores de los de bolsita, algo tan mexicano como los nopalitos, unos hongos de la región cortados un día antes y preparados con salsa, no eran más que la base de un desayuno completo.
Les seguían el pan, atole, café y tortillas; también la prisa estaba presente, el tiempo corría y la función estaba planeada para las 11:00, así Iván llegó a la conclusión de que el despiste es definitivamente una de sus grandes características, ya que él creía que la primera función era hasta las 15:00 horas.
Salir corriendo nunca es una opción , menos cuando las circunstancias obligan a hacer dos viajes, porque aunque es conocido el truco de muchos payasos saliendo de un Volkswagen, en la realidad, intentar meter 7 adultos y 3 niños en un coche de este tipo, es poco conveniente, sobre todo tratándose de un viaje en carretera.
Pero las prisas hicieron de las suyas, y la resolución final fue: una parte en el “Vochoman”, la otra en autobús; pero el destino les tenía preparada una broma, la batería marcaba que nadie se subiría a ese coche sin antes empujarlo por el camino enlodado.
Y así lo hicieron, adiós glamour, tenis y pantalones terminaron embarrados, pero la calma regresó a sus cuerpos cuando escucharon el ruido del motor trabajando, y pudieron llegar a su destino.
Ubicado en el centro de San Juanico, el auditorio municipal los recibió con las puertas abiertas; a su llegada se podía ver a personas que comenzaban a acercarse como respuesta a la convocatoria que se había hecho desde tiempo atrás; la indicación era clara: “Pasen, vamos a esperar que llegue más gente, comenzamos en unos quince minutos, a más tardar”.
Mientras tanto los payasos entraron a preparar todo lo necesario; improvisaron unas butacas, colocadas estratégicamente para delimitar el escenario, esa es sin duda una de las ventajas de tener un gran salón desnudo.
Afuera comenzaba a llover, el gusto de un cielo azul no duró demasiado, poco a poco la intensidad subió, pero ya muchos niños se encontraban resguardados en el lugar en compañía de sus padres; los grandes ausentes, doña Martha y el grupo bajo su custodia, tanto Io como Chicloso coincidieron en sentenciar: “Hasta que llegue doña Martha, iniciamos”.
Las ansias comenzaban a hacer estragos en los niños que esperaban el inicio, y se asomaban por las ventanas y puertas de cristal; buscaban la manera de entrar al “camerino” para ver a los Pallazos Rodantez.
Finalmente la larga espera terminó, los que se encontraban dispersos buscaron el mejor lugar para poder ver el espectáculo; los que cupieron se colocaron en la alta “butaca” de hierro forjado, otros eligieron el piso o una columna algo alejada del centro de atención; los más decidieron permanecer ahí de pie.
El largo camino que tuvieron que recorrer del vestidor al escenario, demostró que las naves son tan efectivas como ecológicas, pues sólo requieren el combustible de la imaginación, soportan largos viajes y no requieren demasiado mantenimiento.
Las caras de asombro no se hicieron esperar; la interacción entre los seres de nariz roja y el público fue muy buena, tanto que corrieron por todo el lugar, con la tranquilidad de que aunque afuera el cielo se cayera nadie correría riesgos de mojarse, al menos durante la función.
Esta vez el yo-yo se dejo manipular con mayor facilidad; el león salido de un calcetín hizo malabares; una niña apareció sin haber desaparecido, y el saldo final fueron muchos asistentes felices.
El tiempo se alargó más de lo que las últimas funciones habían permitido, y al momento de despedirse, una vez de regreso en el “camerino”, todos los niños corrieron con el deseo de verlos, tocarlos, comprobar que eran reales; sin embargo la incapacidad de atender a tantos niños a la vez, los obligó a tomar la dura decisión de no dejarlos pasar, así que poco a poco el auditorio quedó nuevamente vacío.
Lo que tanto tiempo tardó para consolidarse, en cuestión de minutos ya se había evaporado, todo volvía a la normalidad, la prueba más evidente era el baño que comenzaron a reparar justo al lado del cuarto donde se cambiaban.
Carlos e Iván salieron del lugar, con ese anonimato que da despojarse de la nariz, y se dirigieron a un pequeño puesto donde les ofrecían el almuerzo.
El camino se vio marcado por grandes charcos, lo que parecería una distancia corta, fue alargada por el agua que mojaba zapatos y pantalones; entre puestos de fruta y discos, llegaron a uno de esos lugares característicos de nuestro país.
Buscaron un huequito seco en aquel restaurante ambulante, formado por una parrilla, mesas y una lona que cubría a quienes gustosamente los atendían, con esa calidez que es común ver en este tipo de lugares.
La lona anunciaba: tamales, quesadillas, enchiladas, pambazos y pancita; los payasos comenzaron a bromear y la señora entrando en su juego, les acercó un plato de rico menudo, tortillas calientitas y un par de cocas bien frías.
No quedaba más que agradecer y comenzar el camino hacia su nueva aventura , lo primero era desafiar los ríos que se habían formado en la calle; el encargado de esto fue Io...

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