diciembre 17, 2010

Fiesta en Lázaro Cárdenas

Día 12
Ser considerados dentro de los espectáculos correspondientes a la fiesta de la comunidad de Lázaro Cárdenas fue un honor y un merecido cierre para el recorrido que Pallazos Rodantez realizó alrededor de dieciséis comunidades pertenecientes a la región triqui en Oaxaca.
Desde temprano estaban en pie, con una mezcla de sentimientos que generaba confusión; un plato de sopa de fideo y lentejas, acompañado con unas “pequeñas” quesadillas hechas con quesillo, les imprimió una sonrisa ante el inminente final que no era más que el principio de la consolidación de un proyecto que empezó como un sueño de grandes aspiraciones y que ha ido creciendo a pasos agigantados.
Cambio de vestuario, dientes limpios, y todos listos para comenzar el viaje; se acomodaron en la camioneta, en esta ocasión únicamente iban acompañándolos Alfredo y Rigo (Hilario los alcanzaría, y Memo, por vivir en ese lugar, ya se encontraba allá); en esta ocasión el silencio imperó en la parte posterior de la camioneta, las chicas, quienes habían estado muy animadas y cantarinas en los viajes anteriores, callaban, interrumpiendo con algunas breves conversaciones.
El camino no era largo, pero sí cuesta arriba; en menos de una hora ya se encontraban en uno de los escenarios principales del festejo: la iglesia.
Mientras los entrenadores planeaban en qué momento comenzaría su participación, además de organizar su equipo para el torneo de básquetbol que se llevaría a cabo, arribó al lugar Hilario; decidieron bajar hasta la cancha para que los payasos realizaran su número antes de que iniciara la reta programada.
Antes de la presentación, el repelente salió a escena para evitar que los moscos los devorarán; unos niños atentos y ya conocidos por los “clowns” subieron a la camioneta, mientras otros comenzaban a tomar un lugar bajo la sombra; los artistas se acercaron al escenario, y antes de dar la tercera llamada, decidieron hacer un juego de palabras interno para avivar las neuronas; un mensaje para tomar fuerza y brindar todo en el último show los inspiró a salir con todo el ánimo.
Y así entregaron el alma; los niños correspondían con sonrisas, y los adultos con aprobación; la cancha de terracería impedía que las llantas de los monociclos giraran adecuadamente, pero el espectáculo no paró; todos los elementos parecían saber que era su último momento de lucir en escena, y lo hicieron: el yoyo, las clavas, los aros y las pelotas deslumbraron; detrás de ellos, Alhelí, Chío, Chicloso e Io daban lo mejor de sí.
Después del acto de un tétrico mago acompañado por un inocente y torpe asistente, agradecieron no sólo a Lázaro Cárdenas, sino a la Unidad Deportiva del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui por haberles permitido llegar hasta dieciséis hermosos lugares donde los recibieron con sinceras sonrisas que les hicieron reforzar las razones para emprender cada uno de los viajes que realizan como Pallazos Rodantez.
Refrescos para todos, fue lo que recibieron; una saludable botana compuesta de coco y un par de helados antes de cambiarse para poder ver el duelo entre el equipo de sus amigos entrenadores compuesto por: Alfredo, Hilario, Memo, Rigo y Wenceslao, y otro equipo local: por primera vez en 11 días les tocaría estar del otro lado de la cancha.
Se ubicaron bajo la sombra, y comenzaron a echarles porras; el resultado no fue el deseado, pero tenían la esperanza de recuperarse en el siguiente partido; mientras tanto, era el momento de ir a comer, así que su anfitrión (Memo), los encaminó por una elevada colina hasta el lugar donde los encargados de la alimentación durante la fiesta los recibieron con un rico y picoso caldo de res coronado con una gran pieza de carne, y totopos.
Después de tan rica comida, agradecieron y bajaron nuevamente a la camioneta donde Memo los invitó a ver una película a su casa en lo que comenzaba la quema de diablitos, el castillo, y el esperado baile.
Transcurridas un par de horas en las que la promesa de ver zombies en una película que figuraba bajo ese nombre, no se cumplió, se abrigaron y bajaron nuevamente a la cancha a presenciar más partidos de básquetbol, y posteriormente se ubicaron afuera de la iglesia para poder admirar el espectáculo de cuetes.
El frío calaba los huesos; el temor a ser quemados los hizo alejarse cada vez más de los fuegos artificiales; cuando llegó la quema del castillo, la distancia entre los payasos y la estructura era grade. Pasado tan peculiar tradición, sólo restaba esperar el comienzo del baile; transcurrían las 20:30 horas, sólo faltaba media hora; el tiempo fue ocupado por sus guías para explicarles la dinámica que se sigue en esas ocasiones.
Los caballeros escuchaban atentamente cómo para poder bailar con una dama debían pagar $50 pesos, lo cual les daba el derecho de bailar toda la noche; la mujeres no pagaban, así que Rocío y Alhelí se alegraron profundamente, ya que eran quienes mostraban un profundo deseo de bailar; la mesa tenía un costo de $40, pero por ser Pallazos Rodantez, fue gratis; aunque la regla indicaba que para bailar tenían que pagar, a partir de las 12:00 am, cual hechizo de Cenicienta, la entrada a la pista se convertía en libre.
Es bien sabido por todos que estos seres son de alma festiva y juguetona; disfrutan hacer travesuras y volver locas a las personas, de tal manera que Carlos e Iván sonsacaron a Alfredo y Rigo para que bailaran sin pagar, corriendo de las personas que cobraban el pago correspondiente.
Entre juegos, bailes y risas, el tiempo pasó volando, y preocupados por la seguridad del camino de regreso, decidieron emprender el viaje alrededor de la 01:00 a.m.; Memo los alcanzó para informarles que les estaba consiguiendo unas cobijas para que se quedaran en uno de los salones de la escuela; sin embargo, la necesidad de poner orden en sus maletas y habitaciones antes de regresar a la ciudad de México, lo hizo rechazar la invitación.
Cansados y con frío viajaron viendo las estrellas; minutos más tarde se encontraban en el albergue comenzando con un primer acomodo de mochilas antes de dormir.

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