mayo 13, 2011

Fin de semana de actividad para Pallazos Rodantez: el regreso a Jilotepec.


El reloj marcaba las 9:00 horas del sábado 7 de mayo, la ciudad de México comenzaba con su ajetreo habitual; el metro lucía desahogado comparado con el resto de la semana; la atención se enfocó en la estación Politécnico, donde entre el río de gente apareció Carlos, quien al lado de Tania y sus hijas se encaminaron hacia su destino.
Tania, fundadora de Asociación Mexicana de Apoyo Sebastián (AMAS IAP), se encargó por segunda vez de facilitar el acercamiento de Pallazos Rodantez a tierras mexiquenses; en esta ocasión se trató de un viaje exprés que prometía tres grandes presentaciones en el municipio de Jilotepec.
Con un saludo y una sonrisa, se dispusieron a tomar el camión que los llevaría hasta la caseta de Tepoztlán rumbo a Querétaro donde una camioneta los esperarían para llevarlos hasta el kilómetro 107; a mitad del camino una mala noticia llegó: el resto de los invitados y encargados de representar dos obras de teatro habían cancelado lo que dejaba todo el espectáculo a cargo de los payasos, con la necesidad de alargar lo que llevaban preparado.
Pasados 40 minutos llegaron hasta la terminal de camiones donde los recibió Hugo, “el Chino”, un zanquero invitado para fungir como presentador; con los respectivos saludos comenzaron su camino hacia la caseta donde a lo lejos se vislumbraba Iván sentado en el tronco de un árbol a la espera de sus compañeros de viaje; unos metros más y llegaron hasta una camioneta blanca; entre bromas, pláticas y planeación, llegaron hasta el kilómetro 107 de la carretera México – Querétaro.
Aunque en un principio se mostraban renuentes a bajar, terminaron en la pequeña oficina de uno de los patrocinadores de su viaje: don Adolfo, cuya ausencia era evidente; sin embargo, aun desde la lejanía, los apoyó facilitando una camioneta que les permitiría cumplir con su itinerario.
Tras cambiar equipaje y pasajeros de un vehículo a otro y cargar gasolina, se dirigieron a “El Saltillito”, donde se llevaría a cabo su primera presentación; unos pastelillos de chocolate y un refresco de cola para recargar baterías y se estacionaron en la calle que sería su escenario, a las afueras de la iglesia.
A la espera de que se juntara el público que presenciaría su actuación, corrieron a las oficinas del recinto para cambiarse; detrás de ellos quedaron sus instrumentos de trabajo: yo-yo, pelotas, clavas y aros provocaban la curiosidad de los pequeños, quienes se acercaron para intentar montar el monociclo.
La gente comenzaba a buscar un lugar sombreado para presenciar la promesa que había sido anunciada días antes en posters improvisados; los artistas salieron y se dispusieron a esperar la introducción del maestro de ceremonias, quien dio las tres llamadas pertinentes ante la sorpresa de los curiosos.
Al grito de “Tercera llamada, tercera”, los Pallazos Rodantez entraron a escena; en ambos lados de la pavimentada calle había personas observándolos, mientras algunos niños encontraron el asiento ideal en un tope que atravesaba el camino; entre muestras de la capacidad para torear automóviles y la condición física de Io para corretearlos, la función se llevaba a cargo a la perfección.
Se escucho la marcha nupcial para armonizar la escena de una pareja que se resguardaba en la sombra; la sorpresa se dibujó en los rostros con la entrada de un payaso en monociclo; una pequeña cayó en el pasto ante los encantos de Chicloso, y los malabares y ocurrencias de ambos actores divirtieron a chicos y grandes.
Pero en ocasiones la felicidad se escapa por una mala broma; así ocurríó casi al final de la intervención, cuando un niño les hizo una pesada jugarreta al intervenir y tomar la “capa” del mago chicloso quien recibió una negativa al momento de pedirla de vuelta; acto seguido el juego se convirtió en una lucha de poder que terminó dañando la tan preciada tela morada que no fue devuelta hasta que los actores representaron una huída en la camioneta.
Finalmente el pequeño rebelde cedió, pero la función no pudo continuar; “el Chino” agradeció y los payasos se retiraron ante la confusión del público y la misma Tania; con un mal sabor de boca, se resguardaron en la camioneta; después de hidratarse con refresco, se dispusieron a continuar su camino en busca de un baño y alimento.
Cubierta la primera necesidad, era indispensable buscar un lugar donde comer; los habían proveído con un pollo rostizado y tortillas, así que era el momento de comenzar el día de campo; a unos metros de una casa en San Vicente, se estacionaron y comenzaron con los preparativos: una fogata improvisada, un comal y unos chiles que les fueron facilitados, dieron pie a un banquete.
Dicen que los mejores momentos están llenos de sencillez, las comidas más preciadas de calidez, y así fue, lo que parecería una comida simple, se convirtió en un agasajo; las tortillas y chiles no paraban de pasar por el comal, aderezados con la grasita del pollo, el jugo de limón y la sal; sólo se veían manos moviéndose a lo largo de la lámina de metal y gente alrededor platicando y bromeando.
Pasado este agradable momento, una vez que todo fue recogido, era de retornar al itinerario; el reloj marcaba las 16:00 horas y el viento comenzaba a jugar con las nubes; se dirigieron a San Juanico, pero al llegar vieron que las personas salían poco a poco del auditorio después de un evento.
Hicieron un llamado para que permanecieran dentro, especialmente a los niños, quienes curiosamente se asomaban por la ventana del “camerino”; rápidamente los Pallazos se cambiaron y comenzaron a calentar: quince minutos después comenzaron el show ante un auditorio lleno.
El público se encontraba receptivo, lo que causó gran alegría a este dúo; el clic fue inmediato con unos niños y una joven, quienes permitieron que la interacción alargara e hiciera más ameno el espectáculo, tanto que cuando menos se dieron cuenta ya habían terminado y el público aplaudía.
Cambiados y listos, se dirigieron a la camioneta; una nube negra comenzaba a acercarse, pero no podían huir, pues la mamá de Tania llegaría proveniente de la ciudad de México; pasada media hora, decidieron ir en busca de la señora con la esperanza de que estuviera en el kilómetro 107.
Al llegar al esperado lugar la noticia provocó risas: minutos antes había tomado un camión e ido a San Juanico, justo el autobús con el que se habían topado en la carretera; esto hacía necesario regresar, pero el temor de lluvia que mojara las mochilas y el vestuario estuviera en riesgo, los obligó a dejar el equipaje afuera de una de las cabañas que estaban remodelando.
Un viaje rápido y en seguida Tania localizó a su mamá; durante el regreso lo único que se escuchaba en la camioneta era el tema del hospedaje, ¿dónde pasarían la noche?; con la esperanza de contar con el apoyo de don Adolfo intentaron localizarlo, pero por encontrarse en una boda no era una posibilidad.
Pasaron a recoger algunos cobertores y colchonetas y comenzaron a idear donde acampar; sin embargo, a su llegada al kilómetro 107 se encontraron con la excelente noticia del regreso de don Adolfo, quien les facilitó el acceso a dos cabañas y una rica cena.
Sentados en el restaurante, luego de una larga jornada, la plática pasaba de temas de trabajo a la vida personal de los integrantes del peculiar grupo formado por adultos, payasos y niñas; entre tortas, burritos, quesadillas, chocolate caliente y hasta filetes de pescado, disfrutaron del último alimento del día para retirarse a descansar pues el domingo también sería un día activo.

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