diciembre 13, 2010

Pallazos Rodantez regresan a comunidades triquis

Primer día

En un esfuerzo por difundir el arte, la cultura y los deportes: la Unidad Deportiva del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (UDMULT) fue anfitrión una vez mas de la asociacion Pallazos Rodantez.
Tras once horas de viaje, en un ajetreado traslado, llegó a Putla el primer contingente formado por Iván y Rocío, para continuar con su labor de llevar alegria a comunidades indígenas; esta vez con un regreso a aquel lugar que meses atras los enamoro: Oaxaca.
Recibidos por Octavio, uno de los entrenadores de la unidad deportiva, emprendieron su viaje hacia el refugio, donde eran esperados por el profesor Sergio Ramírez, responsable de la UDMULT, y su grupo de jóvenes entrenadores de basquetbol.
Tras un rico almuerzo consistente en un caldo de pollo con verduras y tortillas recien hechas a mano, que sacio los estómagos vacíos de los payasos; se dispusieron a ensayar una nueva entrada con el elemento recién incorporado: el monociclo. Entre varios intentos fallidos y medio logrados; gotas de sudor, y quemaduras provocadas por tubos resistentes a servir de apoyo, la decision fue unanime: esperar un poco mas para utilizar ese truco.
Organizados y ansiosos, llegó el momento de emprender el viaje hacia el primer sitio de encuentro: Rastrojo, en el municipio de Santiago Juxtlahuaca, Oaxaca; subieron nuevamente a la camioneta de Octavio “Tavo”, acompañados por Hilario, Sebastián, Alfredo y una periodista de la región: Rocío; tras una breve parada que sirvió para refrescarse, llegaron a su destino.
La emoción del encuentro, provocó que los niños hicieran del desorden el orden del momento; entre gritos y risas arribaron al patio de la escuela los pallazos en sus aeronaves improvisadas.
El primer espectáculo transcurrió atropellado: pequeños que no permanecían sentados, perros que se sentaban sobre la capa del mago; un payaso que terminó con los pantalones en el suelo, y el temor de Chío por su primera participación en soledad frente a un público exigente, dejó confusión en los rostros de estos personajes, pero también el deseo de superar el problema en la siguiente función.
Continuaron con la implementación del programa para enseñar malabares a los niños; la idea era buena, pero la atención y escucha no tanta, así que el resultado fue: pelotas volando por todos lados, y dos niñas de entre 12 y 14 años que hicieron una primera prueba en este arte.
Su propósito de superar la función y el primer taller tendría que cumplirse al otro día; el sol comenzaba a ocultarse, y era momento de regresar al albergue ubicado en Rio Venado, municipio de Constancia del Rosario; antes, una parada para reponer energías con la comida preparada en el albergue de Rastrojo.
Una carne con verduras, papas y salsa, acompañada de arroz, frijoles, agua de guayaba y sandía, sin dejar a un lado las tortillas y sandía fresca de postre, fueron el banquete que devolvieron el ánimo a los visitantes; la compañía era excelente, y la charla interesante, pero un camino los esperaba, y la promesa de una noche serena aguardaba a unos kilómetros.
A su llegada al lugar que sería su hogar durante las siguientes dos semanas no había más que comenzar con la labor de hacer más pelotas; reunieron a un grupo de ayudantes, y los instruyeron sobre cómo se realizaban; hora y media más tarde, y doscientas pelotas después, llegó el momento de retirarse a sus habitaciones y dormir para poder ver un nuevo amanecer.

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